jueves, 21 de junio de 2012

El día que fuí un Espía/Guardaespaldas

Hace unas semanas una rubia irresistible se presentó ante mí. Era una caso simple, como lo son siempre todos. Pero pronto me daría cuenta de mi error.
Esta señorita, a la que llamaré María, necesitaba alguien que fuera su guardaespaldas por un tiempo. Yo, como un tonto enamorado, no pude negarme.

Fue así, como me encontré observandola a la distancia, en un café Starbucks de la zona llamada Retiro de Buenos Aires. Observé por horas como mi clienta charlaba amenamente con otras chicas de su misma nacionalidad mientras degustaban capuchinos con diversos dulces.

Lentamente la noche asomó su cara y como si de un hechizo se tratara el area que rodeaba el concurrido café empezó a cambiar. El parque, la gente y el tráfico imparable parecían más amenazadores, como si la oscuridad les diera permiso para vapulear a cualquiera que se atreviera a meterse con ellos.

Las horas pasaron, el cenicero se llenó de cadáveres blancos y mi existencia misma se vió comprometida. Entonces, mi cliente se comenzó a levantar de la mesa, con su seductora figura que la separa de todas las mujeres del planeta, se despidió de sus amigas y salió del café para ser devorada por la oscuridad y el barullo incesante. Yo, que ya no pensaba claramente, la seguí perdiéndome para siempre.


Y así se acaba mi torpe relato de cuando acompañe a María al Starbucks de Retiro porque no quería ir sola...